Cómo funcionan las cajas de seguridad no bancarias completamente robotizadas

La Nación – 20 de marzo

Están ubicadas fuera del circuito tradicional y se puede acceder en cualquier día y horario. Tienen 9 anillos de seguridad que incluyen reconocimiento de rostro, iris y huella dactilar, y un sistema robótico automatizado que acerca los valores a cada usuario sin tener que ir hasta la bóveda

Una caja de seguridad no bancaria robotizada: la caja aparece dentro del mostrador

La desconfianza en los bancos, la limitación de los horarios e incluso la falta de disponibilidad hace que mucha gente no pueda o no quiera tener una caja de seguridad tradicional para guardar sus objetos de valor o dinero. Pero hay alternativas fuera del circuito bancario que además incluyen lo último en tecnología para ofrecer más seguridad y también comodidad: gracias a un sistema robótico, la caja va al usuario en vez del usuario a la caja.

“Hay muchas empresas similares en Europa y en Estados Unidos, pero no todavía en Argentina. Queremos brindarle al cliente un servicio totalmente distinto, accesible en cuanto al costo beneficio y también respecto a la ubicación y a los horarios en los que puede operar. Por eso trajimos al mercado las bóvedas automatizadas, que además de ser una experiencia única y cómoda, incluyen nueve anillos de seguridad para ingresar” explica Juan Piantoni, CEO de INGOT, una de las compañías que ofrecen este servicio en el país. 

Es un sistema de resguardo de valores -mucha gente guarda otras cosas, además de billetes o joyas-, con más de 1800 robots instalados en el mundo, brindando la mayor seguridad para cuidar dinero u objetos de valor, más cerca, más accesible y con la posibilidad de usarlo las 24 hs del día los 7 días de la semana. Están desarrolladas y fabricadas en Alemania.

Cómo funcionan las bóvedas robóticas

Además de estar ubicadas en lugares no tradicionales -aunque hay un local en el Microcentro-, permiten a los usuarios agendar un turno en cualquier día y horario y entrar de manera discreta, sin cruzarse con otras personas. La amplitud horaria (las 24 hs los 365 días del año), permite que ante una emergencia sea posible acceder a nuestra caja de seguridad sin depender del famoso horario bancario.

Cuando los usuarios llegan al lugar deberán pasar por nueve anillos de seguridad, que incluye puertas blindadas con sistema de esclusas, cerrojo, molinete de alta seguridad, detector de metales, puertas corredizas y reconocimiento biométrico de huella, rostro e iris, junto a ID y PIN personal. “Parece la presentación de la serie El Superagente 86, pero todo el proceso no dura más de dos minutos”, aclara Piantoni.

Al acceder a la bóveda, está la diferencia más grande frente a las cajas de seguridad bancarias: no hace falta ir hasta un recinto en el que están ubicados todos los valores, sino que se espera en una sala y mediante un sistema robotizado la caja llega al usuario.

Las bóvedas automatizadas cuentan con pesos superiores a las 16 toneladas y se fijan a la estructura de la sucursal, tienen sensores sísmicos integrados y están preparadas para ataques con oxicorte, punta de diamante y explosivos. Tienen un grado de certificación de resistencia antirrobo e incendio superior a las bóvedas tradicionales de hormigón reforzado con las que cuentan las entidades bancarias.

Justamente para salir de los lugares más clásicos para este tipo de servicio, la empresa instaló su primera sucursal en Nordelta y los primeros clientes experimentaron varias de las ventajas y la facilidad de uso.

“Un matrimonio de 95 y 92 años, con andador y con bastón, fueron los primeros en contratar y usar una de las cajas. Pudimos ver la reacción de la pareja y vimos lo fácil e intuitivo que les resultaba. Pero además de acceder de manera sencilla, no tuvieron que agacharse o estirarse para agarrar la caja, llevarla y devolverla a un box, sino que aparece a la altura de una mesa, para que sea más simple para cualquier persona acceder a sus valores. Que tu caja llegue a vos es algo que la gente valora muchísimo”, detalla Piantoni.

Actualmente, cuenta con 6 sucursales y la empresa planea abrir más el año que viene en Thays Parque Leloir, Mendoza, Rosario, Salta y Neuquén, entre otros lugares. El servicio, según el CEO, cuesta por mes “menos que llenar un tanque de nafta”.

La contratación de la caja incluye un seguro de 50.000 dólares y el cliente puede aumentarlo hasta 300.000. Además, al igual que con las cajas tradicionales, se puede contratar con uno o más titulares y también con personas autorizadas. Por cada una pueden operar hasta cuatro personas y existe la opción de contratar una en la que dos personas a la vez tengan que estar para acceder a los valores.

De la doble llave al sistema robotizado. Cada vez más argentinos recurren a las cajas de seguridad y ya no solo guardan dinero y objetos valiosos

La Nación – 4 de enero

El negocio alrededor del cuidado de los bienes crece al ritmo de una mayor demanda de clientes, que pagan por proteger lo mucho o poco que tengan; los bancos aseguran que los cofres más solicitados son los chicos o medianos; proliferan las empresas que alquilan bóvedas privadas en un contexto de inseguridad y cambio cultural

Alejandro (es un nombre de fantasía para preservar su identidad) tenía algo muy preciado que no quería guardar en su casa: los pasajes para poder asistir a la Copa del Mundo en Qatar. Quizás por temor a perderlos o a que se los robaran decidió llevarlos a una caja de seguridad de las que se ofrecen en un local en el shopping Alto Palermo. Hace algunos años hubiera sido impensado que un centro comercial ofreciera esta opción. Hoy crecen las alternativas, pero también la demanda. El colchón o los escondites caseros no convencen a los argentinos, que quieren preservar lo mucho o poco que tengan.

En la Argentina hay unas 900.000 cajas de seguridad, de las cuales el 35% está en la ciudad de Buenos Aires. El principal actor del sector son los bancos, pero en el último tiempo viene aumentando la oferta de empresas que alquilan cajas de seguridad privadas.

El 35% de las cajas de seguridad del país se encuentran en la ciudad de Buenos Aires

La demanda se explica por distintos motivos: la inseguridad, la desconfianza en inversiones financieras -sobre todo después del 2001- y la baja cantidad de cajas de seguridad por habitante: mientras que en Europa habría una cada 14 personas, en nuestro país el ratio sería de una cada 52. A esta situación se suma que en los últimos años hubo cierres de sucursales bancarias, lo que habría hecho descender el número.

Sin embargo, fuentes de distintos bancos aseguran que la cantidad de cajas disponibles es estable, es decir, que si unifican sucursales, no baja la cifra. Las entidades ofrecen más cajas chicas y medianas porque son las más requeridas, con valores que parten de $2200 mensuales.

Nuevos sistemas

El negocio se extiende al ritmo de las necesidades de los argentinos, que guardan desde dinero a pasajes o papeles importantes. Hausler es la empresa líder de este segmento, con sucursales en Alto Palermo, Unicenter, microcentro, Belgrano, Pilar y Córdoba. Y se siguen expandiendo con próximas aperturas en Paseo Alcorta y Santa Fe y Callao.

“A partir de ahora estamos apostando al modelo robotizado. Los nuevos clientes se sienten más cómodos con este tipo de servicios que con la doble llave y el modelo suizo del guardia que saca la llavecita del reloj y abre la bóveda”, cuenta el CEO Carlos Gesino.

En las sucursales robotizadas, la persona tiene que pasar una serie de controles biométricos (que incluyen hasta la lectura de vasos sanguíneos) para certificar su identidad y recibe sus posesiones a través de un robot que cumple con las opciones elegidas en la pantalla.

Controles biométricos para acceder a las cajas de seguridad robotizadas

Con 15.000 cajas, Hausler factura $1200 millones al año y está teniendo un crecimiento interanual del 45%, que atribuye a las mudanzas de cajas que están llevando adelante algunos bancos. Cuando se trasladan las cajas por el cierre de sucursales, no son pocos los clientes que se pasan a las empresas privadas para no resignar cercanía y ganar comodidad (las empresas tienen horarios más extendidos que los bancos).

“Hay alta demanda y poca oferta, y es una costumbre comercial bastante usual que, si alguien puede acceder a una caja de seguridad en un banco, le pidan comprar otros productos transaccionales como seguros. Por eso, en 2014, aparecen las empresas de cajas privadas”, suma Juan Piantoni, CEO de Ingot, con sucursales en el microcentro, Flores, Nordelta, Córdoba, Punta del Este y próximamente en Quilmes.

Contratar una caja en Ingot sale desde $6000 al mes. En tanto, en Hausler los precios varían entre $10.000 y $12.000 mensuales. Por defecto Hausler otorga un seguro de US$50.000, pero si la persona quiere contratar un seguro más alto puede pagar una cuota más cara.

“Además de bóveda, tenemos salas de negocios o de escrituras protegidas que es una unidad de negocios súper exitosa. Hoy hacemos entre el 7 y el 10% de las escrituras de la ciudad de Buenos Aires”, asegura Gesino.

Los sistemas de identificación más modernos permiten que los clientes de las cajas de seguridad no interactúen con personal para depositar o retirar sus pertenencias

Una de las alternativas a alquilar una bóveda es comprar una caja fuerte e instalarla en la casa, un negocio que parece tener una demanda más estable. “La realidad es que el mejor lugar para guardar el dinero es el banco o el cofre de alquiler. Por ahí hay gente que quiere tener algo en la casa para guardar valores menores, pero no es que se desesperan y quieren algo empotrado. Generalmente piden cajas fuertes por Mercado Libre o mismo se pueden comprar en supermercados”, afirma una fuente del sector. Las tres empresas de fabricación nacional más importantes son Borges, Oliva y la Guardiana, y también está la internacional Underlock con productos importados.

Otra posibilidad es guardar los ahorros y objetos preciados en el hogar con los riesgos que esto implica en términos de seguridad y los daños que puede ocasionar un mal escondite. “La gente muchas veces comenta que viene a regularizar situaciones como el guardado de joyas que tomaron humedad y entonces quieren que estén en un lugar seguro, apropiado para metales. También hay casos de gente que viene a abrir una caja porque encontró dinero de parientes fallecidos en lugares insólitos”, ejemplifica Gesino.

Conteo y verificación de billetes

Frente a esta realidad también apareció recientemente otro negocio: compañías que se dedican a contar y verificar el estado de los billetes. Una es Elwic Protect, que en realidad empezó como una importadora de máquinas para contar billetes y hace cuatro años sumó esta prestación. “Hay gente que no tiene las herramientas ni el conocimiento para hacerlo. Es una herramienta muy utilizada por las inmobiliarias”, afirma Uriel Wicnudel, CEO de la empresa.

Otra firma que se dedica a lo mismo es Conteo Seguro, de Javier Perez. “Acompañamos a la persona que va a recibir dólares a la sala donde va a hacer la operación. Llevamos nuestros equipos propios que son contadoras y clasificadoras. Es decir, a medida que van contando, van escaneando los billetes de frente y de dorso, los comparan con patrones que tienen cargados en su memoria de billetes buenos y de billetes falsos, y también verifican las medidas de seguridad que tienen que tener cada una de las series que están en circulación”, explica el empresario.

Contar dinero en grandes cantidades puede resultar engorroso, pero mucho más complejo es identificar el estado de los billetes

Las contadoras se pueden programar o configurar para un conteo personalizado. Por ejemplo, si el cliente no quiere billetes menores a US$100 o de cara chica, esos papeles quedan separados. La máquina también aparta billetes mal preservados con agujeros, roturas, cinta adhesiva o escrituras.

Los honorarios son proporcionales al monto a contar y verificar, pero la tarifa mínima es de US$200 y abarca un conteo de hasta US$100.000. Prosegur también tiene una división que se llama Cash Today y que, entre otras prestaciones, hace conteo de billetes.

El crecimiento del negocio ligado a la preservación del dinero no solo se verifica en los distintos servicios que se suman, sino también en la expansión geográfica. Es el caso, por ejemplo, de Vastyon, que tiene un local en el Córdoba Shopping Center, de Villa Cabrera. “Abrimos en un mal momento, en febrero de 2020, justo antes de la pandemia, pero gracias a la demanda que tienen las cajas pudimos avanzar para consolidar la empresa. La demanda es simplemente por el caos del país: es directamente proporcional”, relata Agustín, uno de sus dueños.

Pero, más allá de la situación económica y de la inseguridad, Piantoni, de Ingot, habla de otra motivación en los clientes: el reconocimiento de la importancia de resguardar objetos de valor que son irrecuperables en caso de un robo o incendio.“En la Argentina se habla bastante del tema cajas de seguridad, pero si uno analiza Europa, hay una caja de seguridad cada 14 habitantes, una oferta superior a lo que se ofrece en la Argentina porque tienen una mayor consciencia de la importancia del resguardo. Sin embargo, en nuestro país estamos viendo un proceso lento de cambio cultural en el que los clientes valoran el servicio de proteger cosas materiales que deberían esta fuera del ámbito del hogar”, plantea.

Otra modificación es que ya no solo se trata de resguardar dinero u objetos valiosos. Aquello que se quiere preservar con la mayor seguridad posible puede variar de hogar en hogar. “Yo tenía un cliente de larga data que renovaba la caja todos los años, y un día me dijo que guardaba los comprobantes jubilatorios porque viajaba mucho y sabía que, en algún momento, podía tener un problema con los organismos estatales”, cierra Piantoni.

La nota de The New York Times sobre la inflación en la Argentina: “¿Crees que una suba del 9 por ciento es mala? Imagina una del 90 por ciento”

La Nación – 6 de agosto

El diario estadounidense intenta explicar en un extenso artículo la situación económica de país, en lo que tilda de “una de las peores crisis del país en décadas”; desarrolla los conceptos de cueva, arbolitos, trueque y financiamiento en cuotas

Ahora muchos argentinos guardan sus ahorros en dólares escondidos dentro de sus casas, en vez de depositarlos en los bancos
The New York Times

BUENOS AIRES.- Eduardo Rabuffetti es un argentino que visitó Estados Unidos una sola vez, en 1999, durante su luna de miel en Miami. Sin embargo, es posible que conozca los billetes de 100 dólares mejor que la mayoría de estadounidenses.

Asegura que con el tacto puede identificar uno falso. Es capaz de decirte exactamente cómo son 100.000 dólares. (Diez fajos de media pulgada, te caben en una sola mano). Y en numerosas ocasiones caminó por las calles de Buenos Aires con decenas de miles de dólares estadounidenses escondidos en su chaqueta.

Eso se debe a que Rabuffetti, un desarrollador inmobiliario que ha construido dos torres de oficinas y una casa, compró el terreno para cada una de esas construcciones con billetes de 100 dólares.

“Acá si no ves la plata, nadie te firma nada”, dijo. “Después de tantas crisis que pasamos, digamos, uno se va acostumbrando”.

No solo es Rabuffetti. Casi todas las grandes compras en la Argentina -terrenos, casas, autos, arte caro- se llevan a cabo con montones de la divisa estadounidense. Para ahorrar, los argentinos toman fardos de billetes estadounidenses y los meten entre su ropa vieja, en el espacio debajo del parquet y en cajas de seguridad a prueba de bombas ubicadas detrás de nueve puertas con cerrojo y cinco pisos bajo tierra.

Los argentinos tienen tanta divisa estadounidense -los expertos dicen que aquí hay más que en cualquier lugar fuera de Estados Unidos- que a veces se desecha por error. El mes pasado, unos transeúntes hallaron decenas de miles de dólares volando cerca de un basurero argentino.

El dólar es rey en la Argentina porque el valor del peso argentino se está desintegrando, sobre todo a lo largo del mes pasado. Hace un año, con 180 pesos se podía comprar un dólar en el muy socorrido mercado negro. Ahora hacen falta 298 pesos para adquirir un billete verde. Con el desplome del peso, los precios se han desorbitado para seguir el ritmo. Aquí muchos economistas esperan que la inflación, que este año ya está en 64 por ciento, llegue al 90 por ciento en diciembre.

Los precios, atados a los cambios del dólar blue

Es una de las peores crisis económicas del país en décadas, y para Argentina eso es mucho decir.

Los argentinos y el dinero

Los países de todo el mundo intentan lidiar con el aumento de precios, pero tal vez no haya ninguna economía de importancia que comprenda mejor que Argentina cómo vivir con la inflación.

El país ha tenido dificultades con precios que aumentan rápidamente durante gran parte de los últimos 50 años. Durante un periodo caótico a finales de los años ochenta, la inflación llegó a un casi increíble 3000 por ciento y la población se precipitó a conseguir víveres antes de que los dependientes armados con las pistolas de etiquetado de precios pudieran recorrer las tiendas. Ahora la alta inflación ha vuelto, excediendo el 30 por ciento cada año desde 2018.

Para comprender cómo se las arreglan los argentinos, pasamos dos semanas en Buenos Aires y sus alrededores, hablando con economistas, políticos, granjeros, restauradores, agentes inmobiliarios, peluqueros, taxistas, cambistas, artistas callejeros, vendedores ambulantes y desempleados.

La inflación, presente en los supermercados argentinos

La economía no siempre es el mejor tema de conversación, pero en la Argentina anima a casi todos, provocando maldiciones, profundos suspiros y opiniones informadas sobre la política monetaria. Una mujer mostró alegremente su escondite para un fajo de dólares (una vieja chaqueta de esquí), otra explicó cómo se metió dinero en efectivo en el corpiño para comprar un departamento y una camarera venezolana se preguntó si había emigrado al país correcto.

Una cosa quedó muy clara: los argentinos han desarrollado una relación muy inusual con su dinero.

Gastan sus pesos tan rápido como los obtienen. Compran de todo, desde televisores hasta peladores de papas, a plazos. No confían en los bancos. Apenas usan los créditos. Y después de años de aumentos constantes de precios, tienen poca idea de cuánto deberían costar las cosas.

La Argentina muestra que la gente encontrará la manera de adaptarse a los años de alta inflación, viviendo en una economía que es imposible de comprender en casi cualquier otra parte del mundo. La vida es especialmente manejable para quienes tienen los medios para hacer que ese sistema caótico funcione. Pero todas esas sorprendentes soluciones alternativas significan que los pocos que han tenido el poder político, durante los años de dificultades económicas, han pagado un precio real por sus decisiones.

“Nos preguntamos lo mismo, cómo la sociedad permite muchas cosas que están sucediendo”, dijo Juan Piantoni, director de Ingot, una compañía de cajas de seguridad cuyo negocio está en auge a medida que los argentinos pagan para guardar su efectivo. “En este momento en particular creo que estamos en la víspera de una situación que puede generar un salto de crisis muy importante”, agregó. “Nadie prendió la mecha todavía, el día que suceda eso veremos con qué nos encontramos”.

Hasta ahora, las cosas se han mantenido en calma. Los salarios de muchos trabajos están aumentando casi un 50 por ciento al año. Los propietarios pueden aumentar los alquileres a tasas similares. Y millones de argentinos usan el mercado negro para evadir las restricciones gubernamentales sobre la compra de dólares estadounidenses.

La nota menciona el fuerte consumo en bares y restaurantes en algunas zonas

El resultado es que en las zonas más ricas de la capital argentina, la construcción continúa a buen ritmo y los restaurantes y bares están repletos. La próxima reserva disponible para una cena para dos personas en Anchoita, uno de los restaurantes de moda en la ciudad, es para enero de 2023.

En los barrios más pobres, la gente recolecta chatarra para vender, junta su dinero para comprar comida e intercambia bienes usados con el fin de evitar usar los pesos. Los pobres de la Argentina normalmente no tienen trabajos con aumentos automáticos de salario y ciertamente no tienen dinero extra para comprar dólares estadounidenses. Eso significa que ganan pocos pesos, mientras todo a su alrededor se vuelve mucho, mucho más caro. Cerca del 37 por ciento de los argentinos ahora viven en la pobreza, en comparación con el 30 por ciento registrado en 2016.

El 2 de julio renunció el ministro de Economía de Argentina. Durante los siguientes 26 días, el valor del peso cayó un 26 por ciento. Entonces el presidente Alberto Fernández destituyó a la nueva ministra de Economía. Era la ocasión número 21 en la que un ministro de Economía argentino duraba dos meses o menos.

Inflación autoinflingida

El reciente embate de la hiperinflación en la Argentina está relacionado con las mismas cosas que han hecho subir los precios en todo el mundo, incluida la guerra en Ucrania, las limitaciones de la cadena de suministro y los grandes aumentos en el gasto público.

Pero muchos economistas creen que la inflación de Argentina también es autoinfligida. En resumen, el país gasta mucho más de lo que ingresa para financiar servicios de salud, universidades, energía y transporte público gratuitos o fuertemente subsidiados. Para compensar el déficit, imprime más pesos.

El Fondo Monetario Internacional, al que Argentina le debe 44.000 millones de dólares, le ha pedido al gobierno que reduzca su déficit y apruebe políticas monetarias más estrictas. El miércoles, el nuevo ministro, Sergio Massa, dio uno de los pasos más significativos en años cuando prometió que Argentina dejaría de imprimir pesos para financiar su presupuesto.

Alberto Fernández recibió en Casa Rosada al flamante ministro de economía, Sergio Massa

Sin embargo, muchos argentinos se mostraron escépticos de que el país estuviera listo para tomar las decisiones difíciles que son necesarias.

“Quizá necesitemos que el paciente sufra un infarto antes de que la familia diga: ‘Hagamos la cirugía’”, dijo Hugo Alconada Mon, uno de los principales periodistas de investigación del país y autor de libros muy exitosos que recientemente gastó lo último de sus ahorros en reparaciones de autos. “Pero ¿cuántas personas terminarán en la pobreza por eso? ¿Cuántas personas se irán del país?”.

Adiós a las etiquetas de precios

Los argentinos esperan que lo que viven en la actualidad no se convierta en un desastre como el de 2001, cuando hubo una corrida bancaria.

Ese año, quedó claro que los inversionistas extranjeros creían que el peso argentino valía mucho menos que la tasa oficial del gobierno, y los argentinos se apresuraron a recuperar su dinero antes de que se perdiera. Como respuesta, el gobierno detuvo los retiros, lo que redujo los ahorros de todas las personas debido a una devaluación repentina. El presidente renunció y salió de las oficinas gubernamentales en un helicóptero para evitar a las multitudes enojadas que llegaron a la Plaza de Mayo.

Oscar Benítez, a la izquierda, no conoce los precios de los productos en su propia ferretería y debe consultar una lista que le envían los proveedores cada tantos días

Dos décadas después, las multitudes enfurecidas siguen en Plaza de Mayo. Miles de argentinos se reunieron allí el mes pasado para protestar por la inflación galopante.

Ana Mabel estaba en las inmediaciones de la multitud, mezclando maní y azúcar caramelizada en un carro de metal. Vendía bolsas de maní confitado a 200 pesos cada una, o unos 70 centavos de dólar; una semana antes vendía las bolsas a 150 pesos. Pero ese aumento apenas mantuvo el nivel de sus costos. Todo lo que necesitaba se había vuelto más caro en las últimas semanas: el maní, el azúcar, el aceite, el tanque de gasolina y las bolsas de plástico para empacar las golosinas. Tiene cinco hijos que mantener y, por primera vez, se endeudó.

“No hay nada que regule los precios”, dijo frustrada, mientras removía lentamente el maní en la tina. “Los empresarios no quieren, el gobierno no puede y todo eso va para nosotros, ¿entendés?”.

Para los argentinos, esta es una vieja historia. En 2017, los precios habían subido tanto que Argentina duplicó su billete más grande ubicándolo en 1000 pesos, que en ese entonces equivalía a unos 58 dólares en el mercado negro. Ahora ese billete vale alrededor de 3,45 dólares, más o menos el precio de una Big Mac. Un iPhone puede costar más de un millón de pesos.

Muchos argentinos han perdido la noción del valor de las cosas. Los menús cambian constantemente sus precios. Los taxímetros se ajustan con frecuencia. Y, a menudo, las etiquetas de precios están desactualizadas.

Los precios fluctúan tanto que en las últimas semanas muchas empresas detuvieron las ventas para ver dónde se estabilizan los precios, lo que dificulta encontrar ciertos artículos como aceite de cocina y repuestos para autos. Algunos agricultores también se están aferrando a su trigo y soja, apostando a que los precios subirán, y mitigando los beneficios económicos del auge de las materias primas que debería beneficiar a un país exportador como Argentina.

En una pequeña tienda del centro de Buenos Aires, Noelia Mendoza vendía sus últimos paquetes de papel higiénico. Sus proveedores dijeron que no tenían más, por lo que subió los precios. Un paquete de cuatro rollos de una sola capa ahora cuesta 290 pesos, o un dólar, un 50 por ciento más que el mes anterior. “Va a haber escasez”, dijo. Carla Cejas, una de sus amigas que estaba cerca, dijo: “Nunca entendí el bidet hasta ahora”.

Una bolsa llena de 10.000 billetes de 100 dólares

Ignacio Jauand, un publicista de 34 años, compra en cuotas todo lo que puede: su cama, su ropa, una PlayStation 5 y un pelador de papas, entre otras cosas.

No es que no pueda comprar esos artículos de contado, pero apuesta a que el valor del peso bajará. Si tiene razón, sus pagos finales costarán significativamente menos. Esa apuesta, dijo, siempre valió la pena. “Las últimas cuotas que pagué por la televisión o la heladera equivalían a quizás dos o tres combos de McDonald’s”, dijo.

“Comprando le ganas a la inflación”, agregó.

La nota hace referencia a la compra en cuotas de electrodomésticos

Ese es el mantra de Argentina. Los pesos se desintegran en su valor, así que es mejor que los gastes lo más rápido que puedas.

La gente sale a comer o comprar electrodomésticos, obras de arte o automóviles, mientras que los dueños de las tiendas se abastecen de inventario, apostando a que los precios solo subirán. “Cuando pienso en mis ahorros en pesos, digo: ‘Paguemos un viaje, renovemos algo en la casa, compremos cosas’”, dijo Eduardo Levy Yeyati, economista argentino y profesor invitado en la Universidad de Harvard. “De lo contrario, siento que estoy perdiendo dinero todos los días al tenerlo en el banco”.

¿Qué será lo que más les gusta comprar a los argentinos? Quizás dólares.

El Banco Central de Argentina estima que los hogares argentinos y las empresas no financieras poseen más de 230.000 millones de dólares en activos financieros extranjeros, principalmente en moneda estadounidense. La mayor parte de ese dinero se mantiene en cuentas bancarias internacionales, pero una parte también se oculta en cajas fuertes y escondites en todo el país.

Esa dependencia del dólar es mala para el peso, por lo que el gobierno solo permite que los argentinos compren 200 dólares cada mes. Por esa cantidad, pueden usar el tipo de cambio oficial del gobierno, que dice que cada dólar estadounidense vale alrededor de 130 pesos. Pero un tipo de cambio diferente, utilizado para las transferencias de Western Union, ciertas transacciones corporativas y el mercado negro, valora el peso en menos de la mitad: cada dólar ahora vale alrededor de 300 pesos. (Como esta tasa es una medida más real de la visión del peso en el mercado, la usamos para convertir los precios en este artículo).

Arbolitos en la city porteña

En el centro de Buenos Aires, hombres y mujeres apodados “arbolitos”, se paran en las esquinas de las calles vendiendo dólares. Llevan a los compradores a unos locales, conocidos como cuevas, para cambiar el dinero en privado.

Todo es ilegal, pero a la policía que está cerca no parece importarle. Muchos oficiales también usan el mercado negro.

Los cambistas y los administradores de cuevas estiman que el mercado negro mueve entre tres y cuatro millones de dólares al día. Esos dólares sustentan gran parte de la economía aquí.

Yanina Arias, una agente de bienes raíces de Buenos Aires, dijo que cerró cientos de transacciones en sus 10 años de carrera, pero ninguna ha sido en pesos. A menudo, los vendedores exigen “dólares en billetes sin manchas, sin roturas, que sean de cara grande”, dijo Arias. “No se aceptan de cara chica”.

El rostro en cuestión es el de Benjamin Franklin. El mercado negro generalmente ofrece un tres por ciento más por los billetes más nuevos de 100 dólares con el retrato grande de Franklin porque son más difíciles de falsificar.

Una trabajadora de servicios financieros en Buenos Aires dijo que cuando vendió la finca de su familia por un millón de dólares hace unos años, el comprador le entregó una bolsa de lona llena de 10.000 billetes de 100 dólares. Más tarde, cuando compró su departamento, puso 100.000 del efectivo en los bolsillos de un abrigo grande y corrió a la casa de los vendedores. Ellos, una pareja mayor, insistieron en contar cada billete a mano.

Clubes de trueque

Silvina López, de 37 años, estaba de pie en medio de un frío penetrante con su bebé. Necesitaba pañales pero no tenía dinero. Después de un derrame cerebral, López quedó ciega de un ojo y no trabajaba, mientras que su esposo trabajaba en la construcción cuando hacía sol. Pero su salario, alrededor de siete dólares por día, no había aumentado mientras los precios seguían incrementándose.

Uno de los principales mercados de trueque de La Plata

Pero aquí, junto a una parada de colectivos en el barrio pobre de Lomas de Zamora, no necesitaba pesos. En cambio, tenía sacos de leche en polvo, ayudas del gobierno que podía intercambiar para asegurarse de que su bebé de un mes, Milagro, tuviera pañales.

Otra mujer había instalado una tienda en la esquina de la calle para hacer trueques y le cambió a López un paquete de 12 pañales, dos bolsas de azúcar y una caja de galletas por la leche en polvo. La hija de ocho años de López, Mía, de inmediato abrió las galletas.

“Mi familia, mis hermanos, todos vienen aquí”, dijo. “También tienen muchos hijos”.

Durante la recesión que acompañó a la corrida bancaria de 2001, medio millón de personas se reunían regularmente en los llamados clubes de “trueque”, para intercambiar bienes sin usar pesos. A lo largo de los años los clubes se desintegraron, en gran medida, pero como la inflación se ha vuelto a incrementar, están regresando.

En un domingo reciente, casi 100 personas se agruparon entre dos decenas de mesas, intercambiando sus productos: ropa usada, artículos de limpieza, masa de pizza casera, insecticidas y empanadas de membrillo. Para facilitar los intercambios, utilizaban créditos, la moneda del club, impresa en papel blanco.

El crédito, un boleto de crédito, es la moneda del mercado de trueque

En un momento, una organizadora que vendía maquillaje de Avon, Karina Sánchez, apagó la música de cumbia para hacer un anuncio: estaban intercambiando créditos más antiguos y de menor denominación por otros más nuevos y de mayor tamaño. Mostró billetes mucho más antiguos que valían medio crédito. El año pasado introdujeron un billete de 1000 créditos.

Sí, dijo Sánchez, el crédito también estaba experimentando inflación.

Por Jack Nicas y Ana Lankes

The New York Times

Crece el negocio de las cajas de seguridad en shoppings y barrios privados

La Nación – 27 de agosto

Camila Dolabjian

PARA LA NACIÓN

Ingot, otra empresa de cajas de seguridad también está en plan de expansión apuntando a barrios privados y complejos de departamentos. Actualmente cuentan con tres sucursales en Microcentro, Nordelta y Punta del Este. En el lapso de los próximos 16 meses tienen planificado abrir seis sucursales más, dos de las cuales serán inauguradas antes de fin de año en Córdoba, en el complejo W, y en el barrio de Flores. Las confirmadas para el año entrante estarán ubicadas en el barrio privado Nuevo Quilmes y en el desarrollo Thays Parque Leloir

“El crecimiento de la demanda es continua, con gran migración de clientes bancarios que buscan mayor seguridad y servicio, pero por sobre todo hay nuevos usuarios de cajas de seguridad que entienden que el colchón ha dejado ser una opción segura para guardar sus valores”, comentó Juan Piantoni, CEO y fundador de Ingot. A diferencia de otros servicios, los clientes pueden acceder a las cajas de seguridad las 24 horas, los siete días de la semana»

Cómo se guardan los dólares: historias increíbles de personas que escondieron plata y perdieron fortunas

La Nación – 6 de agosto

Es frecuente que los pequeños ahorristas guarden billetes en sus casas y los escondan en lugares particulares; en muchos casos eso los condujo a pérdidas cuantiosas

«Una vez nos tocó el caso de una pareja que había estado ahorrando para irse a vivir al exterior. El marido guardó los dólares en una caja en el altillo de la casa y la mujer la tiró», contó Javier Perez Alvaro, gerente de Operaciones de Hausler, firma que gestiona cajas de seguridad privadas.

La necesidad de los argentinos de ahorrar en dólares para no perder por la devaluación del peso, sumada a que muchos eligen atesorarlos en sus casas porque desconfían del sistema bancario o no quieren pagar, da lugar a muchas anécdotas difíciles de creer. Entre quienes están al frente de empresas que brindan cajas de seguridad privada y en el mercado en general hay relatos dignos de una película de Woody Allen.

“Nos sucede con frecuencia que, luego de contratar su caja de seguridad, nuestros clientes se relajan y nos cuentan anécdotas o situaciones sufridas al guardar sus valores en sus casas. Una vez nos tocó el caso de una pareja que había estado ahorrando para irse a vivir al exterior. El marido guardó los dólares en una caja en el altillo de la casa y, cuando estaban próximos a mudarse, empezaron a desocupar el inmueble donando o tirando todo lo que no podían llevarse. Entre esas cosas la mujer tiró a la basura la caja con los ahorros”, contó en diálogo con LA NACION Javier Pérez Alvaro, gerente de Operaciones de Hausler.

“La pareja terminó revolviendo la basura en el basurero municipal, pero no pudieron encontrar sus ahorros y debieron quedarse en el país”, agregó.

Otro caso de dólares que se perdieron sucedió cuando una familia se fue de vacaciones y escondió ahorros y equipos electrónicos en el horno. “Parte de la familia regresó de forma anticipada, pero no volvió el que había escondido los valores. Encendieron una noche el horno para cocinar y quemaron parte de lo que estaba escondido”, continuó relatando.

“Otro cliente escondió dinero en el hueco de una pared de durlock, pero la rotura de un caño en esa misma pared mojó todos sus ahorros”, sumó.

Otros enemigos de los billetes son el paso del tiempo, el calor y el óxido. “Un cliente nos contó que compró un departamento a reciclar. Contrató un electricista para renovar la instalación eléctrica. Al desarmar los tomacorrientes y las teclas de luz, encontró rollitos de dólares en las cajas embutidas: dólares muy viejos, degradados por el paso del tiempo, el calor y el óxido, que algún dueño previo había dejado”, aseguró.

Otro cliente de Pérez Alvaro escondió dólares en el espacio entre la carpeta de cemento y el piso de madera entablonada en una casa antigua y los encontró parcialmente comidos por ratones. Por suerte, pudo viajar a los Estados Unidos y se los cambiaron por nuevos, ya que se había conservado la numeración.

Pero en algunos casos los billetes pueden ser rechazados, como ocurrió en operaciones inmobiliarias que se realizaron en sus salas de escritura. “Nuestro servicio de conteo y verificación de billetes tuvo que rechazar billetes degradados por haber sido guardados en macetas o jardines sin la protección adecuada”, afirmó.

Por su parte, Juan Piantoni, presidente y CEO de Ingot Cajas de seguridad, dijo que lo más habitual es que la gente guarde valores en sus casas sin la debida protección, en bolsas mal cerradas, con bandas elásticas que se secan y dañan los billetes o muchas veces los entierran y la humedad los termina dañando. También los ponen en el tapa rollos de las cortinas y los roedores los terminan comiendo.

Supimos de casos de personas que los han enterrado y luego no los encuentran o los han puesto cerca de lugares calientes generando un deterioro en el billete”, cerró.

Por María Julieta Rumi